Ya no vive en La Loma, pero sigue en su natal Regla. Alrededor de él, los mismos amigos de cuando se inició, los mismos ekobios de antaño; pero ha sumado en la lista de iniciados a jóvenes obonekues que, como los anteriores, son también sus moninas.
Ya no vive en La Loma, pero sigue en su juego Efori I Tongó, donde se desempeña como Moongo de su potencia, Juan Gutiérrez Boza es de los tantos miembros de la Sociedad Secreta Abakuá que colaboró activamente ayer en la lucha contra Batista, y que hoy se encuentra inmerso en un sinnúmero de tareas en la construcción del socialismo.

En el año 1954 me vinculé a la Juventud Ortodoxa y después, cuando Faustino Pérez y René de los Santos fundaron el Movimiento 26 de Julio en la calle Factoría, número 62, me incorporé al grupo de acción y sabotaje de Regla. Participé en varias acciones: asaltos a la Junta Electoral, tiradera de cadenas en el tendido eléctrico. El Movimiento me encomendó cuidar en mi casa al líder revolucionario Fidel Labrador. Venía herido con un tiro en el ojo. Velamos por él hasta que, gracias a las gestiones de su abogado, le llegó el habeas corpus. Fidel Labrador trajo a Regla el primer ejemplar que vi de “La historia me absolverá”.
En su opinión, ¿cuál es la causa de la mala reputación de los abakuá?
Los prejuicios vienen de la colonia. En todas las épocas, desde el siglo XIX hasta hoy, ha existido un falso concepto de la religión abakuá, una discriminación. Por ejemplo, el término “ñáñigo” es un concepto despectivo que empleaban los esclavistas, los burgueses, la gente pudiente hacia los abakuá. En nuestra religión el concepto “ñáñigo” no existe, lo que existe es Ekobio Enyene Abakuá. “Ñáñigo” quiere decir pordiosero, cochino, arrastrado. Pero sucedió que otras religiones y asociaciones fraternales estaban integradas por gente de mayor solvencia económica, con una mejor imagen pública por ser, mayoritariamente de blancos, descendientes de europeos, y aunque no tuvieran religiones constitucionalmente oficiales, sí gozaban de más reputación porque tenían medios para ello.
Nuestra religión tuvo en sus orígenes a los negros carabalíes, esclavos que engendraron aquí, en Regla, la religión Ekobio Enyene Abakuá. Fue una religión de los trabajadores del puerto, de pescadores…
Por eso cuando el primero de enero de 1959 el Comandante en Jefe Fidel Castro planteó que esta Revolución era de los humildes y para los humildes, cientos de obonekues se unieron al nuevo proceso.
¿Ya en aquel entonces usted se había iniciado como abakuá?
Sí, antes que empezara la lucha ya yo era abakuá. Mi padre también lo fue. En el movimiento había otros compañeros que eran también creyentes y participábamos en todo. No nos preguntaban nunca si éramos religiosos o no. El problema era acabar con la dictadura. Al fundarse el Partido Unido de la Revolución Socialista, hubo compañeros que hicieron dejación de su condición de abakuá para ingresar en él. Si estaban convencidos, no los critico, pero en mi caso particular pensé: “ni traiciono a la Revolución, ni traiciono a mis hermanos”, y entonces, cuando me propusieron ingresar en el Partido, dije que yo no podía ser militante y no lo soy. Sencillamente me he mantenido fiel a la Revolución, soy abakuá y además tengo hecho Changó.
También tengo ekobios internacionalistas. Recuerdo que a uno de ellos le ocurrió algo muy curioso: estaba haciendo Santo, iniciándose en la Regla de Ocha, y vinieron a buscarlo para que fuera a Angola. Salió del trono, lo dejó todo, y se fue a pelear a la tierra de donde vinieron nuestros dioses. Yo también quería ir a luchar contra los racistas sudafricanos, pero me sucedió algo inaudito: fui al comité militar a inscribirme como reservista y me pidieron una serie de datos. Dije que había sido del Movimiento 26 de Julio y di los nombres de mis compañeros.
La persona que me tomaba los datos se mostró admirada porque entre ellos había gente muy conocida. Como un requisito más se me preguntó si tenía creencias religiosas a lo que contesté que era abakuá. Me di cuenta de cómo abrió los ojos, muy asombrada, y lo escribió en la planilla, pero esta vez utilizó tinta roja. Yo no imaginaba las consecuencias que aquello me traería.
Algún tiempo después fui a presentarme y me dieron de lado. Todo se aclaró cuando un viejo compañero de mi batería de morteros en la lucha contra bandidos me llevó a hablar con un conocido suyo del comité militar, el entonces teniente Omar Bravo. Comprobamos que aquella compañera me había puesto, como observación en la planilla, que no tenía condiciones políticas y que ofrecía dudas ideológicas por ser abakuá. Solo porque fui sincero. Allí mismo Omar rompió el papel y me hicieron uno nuevo, pero en definitiva no fui a Angola.
¿Considera, entonces, usted que el pertenecer a la Sociedad Abakuá le ha traído algunas limitaciones?
Efectivamente. Fíjese que en 1959 se fundó la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), como combatiente de la clandestinidad se me designó para formar parte de la Policía, en la cual estuve trabajando como jefe del VIVAC del municipio de Regla.
Sin embargo, en 1961 se fundó el Ministerio del Interior y me exigieron que abandonara la religión para poder continuar en la PNR. Pedí entonces mi licenciamiento y me fui a trabajar en la Aduana. No podía engañarme a mí mismo por un sueldo, por grados militares o por un puesto.
De lo que sí puede usted estar convencido es que yo me tengo que morir por este compromiso moral mío y con los que cayeron en la lucha. Mi hijo sabe que se llama Alberto por uno de mis jefes en la clandestinidad: Alberto Álvarez, uno de los mártires de Regla. Claro, con el proceso de la Revolución la mentalidad de muchos ha cambiado: el político jefe de orden interior de aquí de Regla mantiene muy buenas relaciones con las potencias abakuá, con una visión muy clara de las transformaciones revolucionarias. Antes no era así.
No hay que ir tan lejos: recuerdo que una vez mi hijo Alberto tuvo una bronca que él no provocó y al llegar a la Unidad de la PNR hubo un compañero que en tono discriminatorio le dijo: “¡Claro!, si eres el ojo del jefe de los abakuá de Regla”. Nadie habló de la otra historia de su padre, tampoco se analizó la actitud de Alberto, solo que “era el hijo del abakuá”. Él había sido elegido joven comunista. Desde hace seis años trabajó como soldador en obras marítimas, es donante voluntario de sangre, con 26 años de edad ha donado ya 15 veces. Bajo la lluvia soldó en Tarará para dejar listas las casas que albergarían a los niños de Chernobil y resultó elegido trabajador destacado ese año. Sin embargo, nadie se acordó de sus méritos a la hora de decirle que su padre era el jefe de los abakuá.
Alberto también es miembro de nuestra Sociedad desde hace algunos años y ocupa el cargo de Mosongo interino de Efori I Tongó. En cambio, quien no lo conozca no sabe que es abakuá. Lo nuestro es una tradición familiar que se remonta a mi abuelo.
Sin embargo, es innegable que los abakuá tienen fama de problemáticos.
¡Está claro! Hay quien es conflictivo, y llega inclusive a ser antisocial, poniendo en entredicho la esencia de nuestra religión. Pero lo mismo ocurre con la Revolución. Hay gente en quienes se confía, se les da responsabilidad y luego se corrompen causándole daño a nuestro proceso. Pero la Revolución es pura y su obra tiene como fin supremo el mejoramiento del hombre. ¡Y quien piense que para ser abakuá hay que ser guapo o delincuente, está equivocado!
Se exige ser respetuoso hacia los padres, buen hijo, buen hermano de sangre (no solo con los ekobios), buen padre si se tiene hijos, ser correcto y mantener buenas relaciones humanas. Sin esos principios no se puede ser abakuá.
Nosotros no hacemos captación, todo el que quiere ingresar viene espontáneamente, pero hay algo fundamental, si los padres no están de acuerdo (y eso también lo comprobamos), no lo iniciamos.
¿Cuál es su opinión de la política del estado en relación con las creencias religiosas?
Como ya le he dicho, es innegable que a lo largo de 32 años de Revolución hemos sido víctima de serios y graves prejuicios, a veces por causa del proceder incorrecto de algunos de nuestros miembros, pero también hemos vivido experiencias muy alentadoras, sobre todo en los últimos años, como es la publicación de “Fidel y la religión” o los encuentros de Fidel con los cristianos.
Para mí, particularmente, fue muy estimulante el día en que me mandaron a buscar de la Casa de África, en La Habana Vieja, para que valorara la fidelidad del altar y de la sala dedicada a los abakuá. Expliqué lo que pude, porque en nuestra religión hay cosas que son secretas. A los pocos días recibí otra sorpresa: vino a Cuba el Rey de Nigeria, Oní de Ifá y volvieron a invitarme a la Casa de África donde estuve reunido con él y con el Comandante de la Revolución Juan Almeida.
Hablé mucho en lengua efik con tan distinguido visitante, luego bailé la música abakuá que interpretaba el Conjunto Folklórico y lo hice con tanta pasión que el Rey no pudo contener su pregunta: “¿Cómo, con ese pelo y ese color, puedes bailar así y ser un alto dirigente de una potencia abakuá?” Y yo le contesté: “Mi padre era Isué, y era más blanco que yo».