Martínez es Directora de la Escuela de Ballet de Brooklyn. Directora de entrenamiento clásico y performance del Ballet Hispánico de Nueva York, miembro de la Facultad del Programa profesional de Alvin Ailey y miembro de la Facultad de maestros del Harkness Dance Center Joffrey, Concert Group de New York.
Antes de incorporarse al Ballet Nacional de Cuba (BNC), fue alumna de importantes figuras formadoras dentro de la compañía, entre ellas Fernando Alonso, Ramona de Saá, Alicia Alonso y Joaquín Banegas.
Quisiera empezar con una pregunta muy sencilla,¿quién es Caridad Martínez?
Yo he jugado muchos roles. He sido muchas Caridades desde que crecí y hasta este momento. Pero siempre tuve bien claro lo que quería: bailar, expresarme… y por muchos años tuve mi vida guiada. Lo tenía todo muy enfocado y las cosas se dieron como yo quería. Después pasé a tener interés por enseñar, por coreografiar y de ahí pasé a regisseur, a ser ensayadora—aún bailando—, a impartir clases. Luego empecé a hacer coreografías.
Dirigí una compañía, luego me fui a vivir a otro país, y me vi dirigiendo una escuela. Eso no fue algo en lo que yo me enfoqué, se dio, y es lo que he estado haciendo. Posteriormente vine a vivir a Estados Unidos y también se dio la oportunidad de dirigir una escuela aquí, de tener la oportunidad de hacer coreografías, de presentar mis trabajos, de conocer a mucha gente y de entender otros conceptos artísticos, o sea, todo me cambió.
Vamos a la génesis: ¿de dónde vienes tú exactamente, dónde naciste?
Soy de Cayo Hueso, en La Habana, un barrio de muchos músicos y artistas. Mi padre, René, era músico y en la casa se rentaban instrumentos. Ese es el barrio de Omara Portuondo, de Elena Burke, que eran amigas de mi madre Obdulia… Ahí yo crecí.
En mi casa era muy profunda la raíz de la música popular y mi madre también tenía una inclinación hacia el arte, a pesar de ser tabaquera. Todo eso influyó en mi formación. Mi padre músico, percusionista de la orquesta “Arcaño y sus Maravillas”.

¿Cómo fue tu primera audición en la Escuela de Ballet?
A esa primera audición fue mucha gente, recuerdo, en Calzada y D. Cuenta mi maestro que yo caminé hacia dónde estaban ellos en una mesa y les dije: ¡ay tómenme, porque yo quiero ser artista!
¿Qué edad tenías?
Diez años. A mí me sorprende ahora, pero después analizo cómo era la gente en mi barrio: espontánea, abierta… esa cosa del cubano. Cuando trabajas en otros países no se puede ser así. No funciona siempre, hay que tener mucho cuidado.
Entonces empiezas tu carrera en la Escuela de Ballet, ¿ahí mismo en la sede del Ballet Nacional de Cuba?
No, ahí fueron las pruebas. Mi generación estudió internada, en Cubanacán, lo que es la Escuela de Arte. Así que crecí escuchando actores, músicos, pintores… Era el momento de un intercambio, claro, uno no es consciente de nada de eso, uno lo está viviendo; pero después me di cuenta de cuánto me ayudó en mi cultura general el haber crecido con ellos. En la Escuela Nacional de Arte nos llevaban a ver las funciones de Danza Moderna. Nos llevaban a conciertos, a proyecciones. Se discutía sobre Neorrealismo Italiano… Era una experiencia tremenda.
Mi generación fue la de Ofelia, Amparo, Charín, Esquivel, Pablo Moré, entre otros. Y profesores como Fernando Alonso, Joaquín Banegas y Ramona de Saá. Mirtha Plá fue mi primera maestra. Pero los maestros que estuvieron así, muy cerca de mí, desde segundo año hasta que me graduaron, fueron Joaquín Banegas, Fernando Alonso y Ramona de Saá.

¿Qué tal la vida de estudiantes con ellos?
Maravillosa. Envidiable. Cuando yo veo ahora lo que hizo Fernando Alonso, al crear y desarrollar esa metodología. Luego ver a Joaquín Banegas absorbiendo todo aquello… Ellos eran muy jóvenes, estaban enseñando y a la vez aprendiendo; pero hacían todo con una dedicación y una entrega a la enseñanza tremendas. Ahí está el resultado: un par de generaciones consecutivas donde todos llegamos a ser miembros del ballet, solistas o primeras figuras. Se defendía la idea de que había que bailar para ayudar a acelerar nuestro proceso como bailarines. Y después, muy temprano, empezamos a participar en las funciones del Ballet Nacional haciendo pequeños roles, los de la corte, sobre todo. Pero, en resumen, teníamos unos maestros increíbles.

¿Cómo pasas al primer rol importante de tu vida como bailarina?
En la escuela yo hice de solista, sí. Fue una variación de “Don Quijote”. Después, siempre que se hacían montajes, yo era de las solistas. Pero lo que yo recuerdo así, algo que ¡boom!, me lanzó, fue el rol de Fanny Cerrito en el Pas de Quatre.
Alguien se lastimó—no recuerdo quien—y me llamaron, me dijeron que tenía dos días para bailarlo; y me preparó Laura Alonso. Fue un éxito, realmente. Ahí yo sí lo sentí, o sea, No sabía las especificidades, pero tenía las ganas de bailarlo. Laura me preparó muy bien, al detalle, porque todo tenía un sentido, cada movimiento. Laura buscó mi relación con la pieza, me creó una historia, mi relación con el público, con el espacio, con la luz.
Recuerdo que me aplaudieron mucho. y al día siguiente, en la clase, Fernando, —que me conocía desde que yo era chiquita, —me miraba como si yo fuera algo… —, que eso nunca se me olvidará—,; él me miraba, y me miraba. Creo que estaba sorprendido de ese resultado y me dijo: “Ayer acabaste, muy bien Caridad, muy bien”.

¿Y el día que arribaste, digamos, a la palestra?
Lo primero fue cuando me dijeron que iba a ir a competir a Festival de Varna (Bulgaria). Alberto Méndez me montó “Plásmasis” y Joaquín me tomó los ensayos. Hay otro maestro que impactó mucho en mi carrera: José Parés. Empecé a aprenderme el pas de deux de “Don Quijote”, “La Fille Mal Gardée”, y llevé “Las Llamas de París”. Eso no se había bailado nunca en Cuba y me lo montó Azari Plisetsky. Ahora todos los chicos hacen roles, normal, porque todo el mundo va a competencia y desde muy jovencitos empiezan a hacer eso. Pero en la época nuestra no era así. Tenías que ser una primera figura para poder hacerlo.
“Plásmasis” tuvo un éxito tremendo.
¿Con quién bailabas?
Con Lázaro Carreño. Tuvo mucho éxito. Cuando terminamos de bailar vino Arnold Haskell a felicitarnos. Dijo que aquello había sido tremendo y que esa manera de interpretar nuestra iba a marcar un momento en la Danza Contemporánea, en el Ballet Contemporáneo… Y, bueno, ganamos. Yo obtuve Mención de Honor.
¿Qué sucedió después?
Pues, poco a poco, siguieron las oportunidades. Yo empecé a trabajar con Alberto Alonso: una experiencia muy buena. Tuve la suerte de vivir uno de los Grand Prix organizados en Les Champs Elysées, en París. Yo estaba en el cuerpo de baile de “El Lago de los Cisnes” y lo premiaron.
Eran unas giras maravillosas. Bailábamos en los teatros más importantes de Europa, fue realmente increíble esa oportunidad de bailar en París, Londres, Holanda…
Hubo un momento muy especial: la primera función del Ballet Nacional de Cuba en el Metropolitan Ópera House. Eso fue algo increíble., La audiencia enloqueció. Las funciones en el Metropolitan fueron una locura. Eran funciones de martes a domingos, con doble función, dos veces por semana y era a teatro lleno, totalmente lleno. Maravilloso., y llenaban de flores el escenario cuando terminaba la función, fue algo tremendo. También bailamos en el Kennedy Center, en Los Ángeles…
¿Consideras que el ballet Muñecos ha sido definitorio en tu carrera como bailarina?
Ese fue creado para Fernando Jhones y lo montaron para mí. Desde el primer día que eso se bailó fue un trabajo increíble. Rembert Egües, que es el compositor de la música, asistía a los ensayos diariamente. Cuando se fue a grabar la música, los cuatro fuimos al estudio; o sea que esa música se grabó con Fernando Jhones, Alberto Méndez, el coreógrafo, Rembert, —que tenía que estar allí—y yo, juntos.
Rembert tocó muchos instrumentos. El trabajo debía tener una unidad en el proceso creativo. La tuvo, muy fuerte, por eso uno lo comprendía todo.
La impresión y lo que uno deja en la audiencia como artista no lo puede tocar nadie. Eso no lo da una categoría, una jerarquía, un nombre, ni una medalla. Eso es algo con lo que la gente se va de por vida. Yo estoy muy agradecida, muy agradecida de haber tenido la oportunidad de transmitir algo así para los demás. Muy agradecida estaré siempre, porque no todo el mundo tiene la oportunidad de que les lleguen esos roles como en “Muñecos” en los que uno logra transmitir emociones, tan fuertes, que la gente no olvida y te relaciona con ella para siempre.
[rl_gallery id=»2248″]